jueves, 29 de octubre de 2015

Margin Call, o los bancos de inversión en el origen de la crisis financiera.

Han sido muchos los documentales, los libros, tanto novelas de ficción sobre hechos más o menos reales, como ensayos sesudos, incluso youtubers inflando globos, que han intentado explicarnos los motivos que dieron lugar al inicio de la crisis financiera allá por 2008 en los Estados Unidos, y que, luego, atravesó el charco hasta Europa.

Sin duda, la película Margin Call (2011) merece ocupar un lugar destacado en estos referentes. De la mano del director Jeffrey McDonald Chandor y de veteranos y solventes actores como Jeremy Irons (como jefe supremo del banco de inversión), Kevin Spacey (mano derecha de aquél), Demi Moore (la isla femenina en un mar de varones), junto con otros jóvenes y prometedores como Simon Baker (el implacable ejecutivo en ascenso), o Zachary Quinto (el ingeniero espacial que diseña fórmulas para la firma, y que aporta algo de corazón y honestidad en esta auténtica jauría humana de despiadados traders y brokers), esta cinta en apenas hora y cincuenta minutos nos cuenta con gran verosimilitud cómo pudieron ser esas horas previas al momento en que las verguenzas de algunas operaciones financieras perjeñadas en las cuevas de Alí Babá (léase mercados bursátiles) a lo largo y ancho de todo el orbe, y alejadísimas del sector real de la economía, salieron a la luz. 

Y es que, una vez que la marea de los primeros siete u ocho años de crecimiento desenfrenado de la titulización de activos financieros relacionados con las hipotecas basura (subprime en la jerga del idioma de la pérfida Albión) dio paso a la bajamar, se pudo ver quiénes se estaban dando un dulce baño con el decente bañador, quiénes en paños menores, y quiénes en pelota picada, como sus madres (sí querido lector, ellos también las tienen o las han tenido) los trajeron al mundo.


En el siguiente vídeo podemos ver cómo el responsable del departamento de análisis de riesgos de este banco, que es despedido al inicio de la película, siente que, fruto de ese alejamiento del mundo real y de su aproximación al puro humo, es decir, a la nada, que su trabajo suponía, echa de menos aquellos buenos tiempos en los que él (ingeniero) se dedicaba a construir cosas tangibles, como un puente.

Es la famosa "escena del puente": 



Y, en el siguiente, un tráiler como aperitivo:



Buen provecho si decides ver esta película.

sábado, 24 de octubre de 2015

No hay grados, hay las diferencias propias de las personas.

Querido amigo, para ti canto negro sobre blanco, que es escribir. Para ti estas drosophilas negras construídas a golpes de clic. Son para ti (y qué duda cabe, también para mí) estas Razones para no desesperar, y has sido tú, ahora, quien me has dado una buena razón.  
Me festejo y me canto
y lo que yo asuma tú habrás de asumir,
pues cada átomo mío también es tuyo. 
   [Canto de mí mismo. Walt Whitman.]

 Lo he llamado

No hay grados, hay las diferencias propias de las personas: 

Me has dicho: "Este tío me deja atónito."

Y "Este tío" se llama Pablo Pineda, es abogado y está diagnosticado (él diría, me atrevo a pensar, clasificado) síndrome de down; me has enviado el siguiente vídeo para que vea cómo se expresa:


Y yo te he contestado: "Vaya con el abogado down. Qué par de narices."

No puedo dejar de pensar, querido amigo, que este es el hombre moderno que ando buscando tan infructuosamente hasta ahora, aquél al que ya cantaba Whitman en su Hojas de Hierba:
Canto a mí mismo; a la persona única, separada;
(...)
Canto a la vez a la Mujer y al Hombre.
A la Vida ardiente de pasión, al nervio, al poder;
jovial para que mi impulso sea más libre dentro de las divinas leyes,
canto al Hombre Moderno.
                                                   [Canto a mí mismo. Walt Whitman.]
 Gracias. Para tí (y para mí), seguiré con estas buenas razones.





jueves, 1 de octubre de 2015

El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces.

En Tierras de penumbra (Shadowlands, Richard Attemborough, 1993), Anthony Hopkins, dando vida al poeta CS. Lewis, realiza una interpretación in crescendo en torno al dolor que merece la pena ser vista con atención.

Entiendo la historia como un esfuerzo por explicar el sentido de la vida, si es que hay tal sentido. Este es el sino del ser humano: haber desarrollado un cerebro que hace que la evolución por selección natural de Darwin haya sido superada por la evolución cultural. Y, a partir de aquí, el caos, la catástrofe, la interrogación permanente, el plantearse ¿quién soy yo, de dónde vengo, y hacia dónde voy?

Muy mal asunto, por tanto.

Lo he llamado

El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces:

"El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora. Ese es el trato.", le dice Debra Winger a  Hopkins, bajo el puente que les protege de la lluvia. Ella está herida de muerte por el cáncer, y cree que sólo podrá afrontar la situación hablando sobre el tema, para que él pueda "dejarla marchar".

(...)

Ya, ella ha muerto. Ashes to ashes, dust to dust, y él se interroga y filosofa:

"¿Por qué el amor, cuando lo pierdes, duele tanto?
Ya no tengo respuestas, solo tengo la vida que he vivido.
Dos veces en esa vida he podido elegir, como niño y como hombre.
El niño eligió la seguridad,
el hombre elige el sufrimiento.
El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato."

Sin duda, poder escuchar estas reflexiones y, en particular, la última frase, es una excelente razón para no desesperar. Puede llevarnos a unos minutos de reflexión personal incomparablemente mejores que el mejor diván pagado a desorbitado precio.