domingo, 26 de abril de 2015

Los ojos de los pobres (Charles Baudelaire, El spleen de París. Los pequeños poemas en prosa, poema número 26, 1864).


Como es sabido, Charles Baudelaire en su ensayo El pintor de la vida moderna[1] escribió acerca de la obra y la vida del pintor y dibujante, también francés, Constantin Guys. Lo utilizó como “pretexto” para hablar del modo en que debe vivir y trabajar el verdadero artista moderno; y es que el Señor G, tal y como lo llama Baudelaire, aunque es un gran pintor, verdaderamente se sitúa por encima de sus contemporáneos, más que por su genio artístico, por su actitud ante la sociedad y la vida de París; y lo hace como observador minucioso de lo que ocurre a su alrededor; buscando la belleza en todo lo que le rodea: la calle, la muchedumbre y la confusión de la contemporaneidad, convirtiéndose, así, en un auténtico cronista del presente. Como nos dice Manuel Delgado[2]: “El señor G es un observador apasionado, que experimenta inmenso placer al sumergirse ‘en lo ondulante, el movimiento, en lo fugitivo, en lo infinito’. El Señor G es, de entrada, un flâneur: ve el mundo, está en el mundo, pero permanece ‘oculto al mundo’…”. Literatura “panorámica” fue como denominó a esto Walter Benjamin, como también nos recuerda Manuel Delgado. Y aquí enlazamos con lo dicho para Poe[3]: también su relato comienza con el protagonista contemplando, desde la ventana del café, el discurrir de la gente por la calle.

Sobre el flâneur de Baudelaire podemos leer, también en El animal público[4]: “Richard Sennet hace notar (…) que el flâneur baudelariano debe, si es que en efecto quiere ejercer como tal «volverse como un paralítico», mirar constantemente sin ser interpelado ni advertido por aquellos a quienes observa.[5]

Ese cronista del presente está también en Los ojos de los pobres. El observador minucioso, no es ahora el Señor G, pero bien podría serlo, por la meticulosa descripción que nos ofrece: Él y su pareja dentro de un nuevo y moderno café; fuera, tres harapientos, un padre y sus dos hijos, al lado del arroyo (real, pero también metafórico), contemplando “fijamente el café nuevo, con una admiración igual, que los años matizaban de modo diverso”, ojos que miran, pero que también “hablan”: “¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! ¡Pero es una casa donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros!”



[1] El pintor de la vida moderna, Charles Baudelaire, 1863.
[2] El animal público,  p. 52.
[3] Me refiero a lo escrito en la entrada El hombre de la multitud (cuento de Edgar Allan Poe de 1840).
[4] El animal público , p. 47, nota al pie.
[5] Richard Sennet, El declive del hombre público, p. 265.

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