martes, 13 de enero de 2015

El comercio infame: capitalismo milenarista, valores humanos y justicia global en el tráfico de órganos



Recensión sobre el artículo:

Rotten trade: millennial capitalism, human values and global justice in organs trafficking[1]. (Nancy Scheper-Hughes, 2004),

por parte de José Ramón Vílchez Navas

En el presente documento, Nancy Scheper-Hughes, del Departamento de Antropología de la Universidad de California, nos informa sobre un fructífero negocio, hijo del capitalismo en el que vivimos, en el que se desarrolla un turismo de trasplantes y un tráfico universal de cuerpos, deseos y necesidades humanas.

A su vez, también nos muestra, los caminos unidireccionales que siguen todos estos comercios: los órganos van de sur a norte, del tercer al primer mundo, de los cuerpos de los pobres al de los adinerados, de negros y mestizos a blancos, y de mujeres a hombres.

La autora aborda la cuestión a lo largo de once capítulos:

1.      Introducción.
2.      ¿Biosocialidad o biosociopatía? Los vendedores de riñones.
3.      Bioética: el artificio de la medicina de libre mercado.
4.      Justicia en el trasplante: ¿escasez para quién?
5.      La fundación Organs Watch: una antropología de los órganos.
6.      Del don incalculable –priceless gift− a la cara mercancía –pricey commodity−: una cuestión de valor.
7.      Los consumidores: el cuerpo y el fetichismo de la mercancía.
8.      Traficantes, cazadores de riñones y cirujanos fuera de la ley.
9.      Medicina, mafia y lo militar: el terrorismo biopolítico y el libre comercio del trasplante.
10.  Más allá de la bioética.
11.  Conclusiones: regreso al don.

***
1.      Introducción.

Para comenzar, diremos que este artículo fue construido a partir de trabajo de campo realizado en los primeros años del siglo XXI. Habla la autora de que en esos tiempos de reajuste neoliberal se produce casi un vacío de las ideologías, y de los valores y prácticas tradicionales de la modernidad y del humanismo. Tras la crisis financiera, ocurrida a partir de 2008, trasladada luego el sector real, es decir, a las personas de “a pie”,  y que aún dura en bastantes economías occidentales, cabe preguntarse si este trabajo merecería ya una revisión.

En el contexto actual del capitalismo milenarista (concepto acuñado por Jean y John Comaroff, de la Universidad de Chicago, en 2001), los procedimientos médicos de nuevo cuño y las biotecnologías se han propagado por el mundo como nunca, al amparo de mercados extraños y economías sumergidas; y es el fenómeno de los trasplantes de órganos el que ha proliferado en estos mercados y en estas condiciones como ningún otro bien o servicio.

Al comenzar a leer el artículo, da la impresión de ser “muy antropológico”[2], si se me permite la expresión, cosa que se va confirmando, por ejemplo, tras la referencia al anillo kula, descrito por Bronislaw Manilowski en su obra clásica Los Argonautas del Pacífico Sur[3]. El símil se hace con este extravagante comercio de cuerpos moribundos que van en una dirección, y órganos saludables en envoltorio humano, en otra, que encuentra reflejo actual en la confluencia de flujos de trabajadores inmigrantes y de vendedores ambulantes de riñones. La autora afirma que “es una rara mezcla de altruismo y comercio, consentimiento y coerción, obsequio y hurto, ciencia y brujería, y cuidado y sacrificio humano[4], que da lugar a una nueva forma de mercancía fetiche[5]: riñones frescos y saludables comprados a cuerpos vivos, configurando unos límites del liberalismo económico que parecen no alcanzarse nunca. Para la autora, el riñón mercantilizado es la principal divisa en el turismo de trasplante, algo así como el patrón-oro de la venta de órganos mundial, aunque nos avisa de nuevas mercancías como, por ejemplo, hígados y córneas, de nuevo de vendedores vivos, fenómeno iniciado en el sureste asiático.

Nancy Scheper-Hughes nos alerta sobre tres cuestiones principales. Primera, los órganos procedentes de cadáveres escasean, y se ha evolucionado hacia la demanda y la oferta de órganos “excedentarios” vivos muy fetichizados; segunda, la retórica sobre el altruismo del trasplante, que enmascara verdaderos sacrificios humanos; y tercera, la búsqueda de una empatía imposible establecida entre donantes de órganos, excluidos e invisibles, y receptores de aquéllos, muy visibles. La autora lo define como un apartheid médico globalizado que privilegia a un tipo de paciente, el receptor, sobre otro (realmente “no-paciente”), el donante anónimo y excluido. Incluso cabe hablar de países donantes de órganos frente a países receptores de estos.

Es en este contexto de “compradores ambulantes de órganos, cazadores itinerantes de riñones, cirujanos y técnicos sanitarios fuera de la ley, quirófanos improvisados, y laboratorios clandestinos[6]”, donde cabe aplicar el término acuñado por el economista Jagddish Bhagwati en 2002 y que está en el título de este trabajo: rotten trade (comercio infame), en el que se comercia con bads (males), como armas, drogas, niños, cuerpos, etc., en oposición al comercio ordinario con goods (bienes). Ejemplos sangrantes son el intercambio de riñón por la dote de la novia, como estrategia de los padres de ésta en la India, o los chabolistas de un “solo riñón” en las periferias de Manila, o en Tailandia.

2.      ¿Biosocialidad o biosociopatía? Los vendedores de riñones.

Surgen nuevos conceptos de supuesto “parentesco social” de dudosa ética, como kidney kin (parientes renales) que se venden como “parejas perfectas”, como si fueran hermanos, aunque ni llegan a verse las caras. Las paradojas están garantizadas: donaciones renales de trabajadores palestinos para acomodados enfermos renales israelís; o campesinos del este de Europa que emigran a países como Turquía para vender tabaco de contrabando y terminan desprendiéndose de un riñón en tratos hechos en mercadillos locales. La autora nos comenta cómo estos hechos pueden derivar en otras patologías sociales como el ostracismo y desprecio que encuentran estos vendedores ambulantes de riñones (igual que las mujeres trabajadoras sexuales compatriotas suyas) al regresar a su país.

Es curioso resaltar el distinto punto de vista que personas de distintas partes del mundo tienen respecto a la venta del riñón; por ejemplo, los emigrantes del este de Europa (de Rumanía y Moldavia, sobre todo), califican de robo el intercambio de un riñón por dinero, mientras que en los arrabales de Manila (Filipinas), sometida durante siglos a dominación colonial, la mayoría de hombres jóvenes están deseando vender un riñón, sin apenas manifestar arrepentimiento después.

Acerca de si las anteriores o las siguientes circunstancias son aspectos de socialización o sociopatías, la autora no responde. Nos presenta hechos diversos y parece querernos decir: - Que cada cual responda: “indigentes turcos, criminales de poca monta, inmigrantes de Europa del este[7]”, alrededor de la estación de autobuses o de los mercadillos de Estambul; colas en las unidades de trasplantes, estibadores desempleados “indignados”, “humillados”, que no han sido considerados aptos por un prestigioso hospital privado de Manila (Filipinas); pabellones especiales de unidades quirúrgicas al modo de “moteles renales” donde los donantes permanecen sobre camastros varios días esperando literalmente “que les toque la lotería”; escenas, todas ellas, que pueden pertenecer a hospitales y clínicas de la India, Irak, Irán, Sudáfrica y las ya mencionadas Filipinas y Turquía. E, incluso, vecindarios enteros, ciudades y regiones conocidas en el mundillo de este infame comercio como “cinturones renales”. ¿Biosocialidad o biosociopatía? Que cada cual juzgue.

3.      Bioética: el artificio de la medicina de libre mercado.

Lo que está en cuestión con estas nuevas transacciones médicas es la integridad y la dignidad humana. Y la bioética ha sido elaborada (en palabras de la autora) para satisfacer los deseos de los posmodernos consumidores médicos a través de la biomedicina y la biotecnología avanzadas; tal es así, que revistas médicas como Lancet o JAMA defienden el supuesto derecho a comprar o vender órganos humanos en un claro intento de racionalizar el trasplante médico y, así, “alienarlo al lado de las concepciones neoliberales sobre el género humano, el cuerpo, el trabajo, el valor, los derechos y la economía[8]”. Todo lo más, unos quieren un mercado de órganos humanos libre, mientras que otros lo quieren regulado.

Hoy, la realidad es que, siendo el comercio de órganos ilegal en casi todos los países donde se hacen trasplantes, en ninguno de ellos se persigue, de tal manera que las corporaciones internacionales del trasplante (blanqueo de dinero y conexiones con la mafia incluidas) sólo se pueden contemplar como un olvido intencionado, siendo, incluso, algunos de los cirujanos prófugos más conocidos, directores médicos de prestigiosas unidades de trasplante. Nancy Scheper-Hughes, valientemente, da algunos nombres: el Dr. Zaki Shapira, del Bellinson Medical israelí de Tel Avid, o el turco, Dr. Yusef Somnez. Estos médicos, y otros, se benefician de gobiernos laxos y corrupciones en la profesión médica conocidaos y permitidos, pero también de su posición privilegiada sobre la vida y la muerte, los cuerpos de los pacientes y el carisma que otros les otorgan (les otorgamos) por su trabajo y destreza, cual si obrasen milagros. Esto, junto con aspectos como la autonomía del paciente, la libertad individual, el derecho a elegir y una defensa a ultranza del utilitarismo (“el mejor bien para el mayor número de seres humanos”) son los principios inspiradores del concepto que de lo ético tienen muchos de los cirujanos de trasplantes. Pero, ¿qué pasa con otros conceptos como el de justicia social y el de “buena sociedad”? Pues que apenas figuran en sus debates. En definitiva, se elige el camino del todo vale por una sola vida humana salvada o, cuando menos, prolongada.

4.      Justicia en el trasplante: ¿escasez para quién?

Escasez es la palabra sobre la que el discurso médico construye la “demanda” de órganos humanos; es decir, la sombra de las enormes listas de espera, a veces ficticias, es alargada. Y es que esa escasez es una necesidad creada de manera artificial (según la idea de Ivan Illich, 1975) que ha sido inventada por los técnicos del trasplante para tentar a poblaciones cada vez más viejas, enfermas y/o moribundas. Sobre si ciertas clases sociales o grupos étnicos, de las que sobre todo surgen los órganos en vida o tras muerte cerebral, están en posición de vulnerabilidad, nada se dice. Curiosamente, la muerte cerebral, en EE.UU. afecta, sobre todo, a sectores muy depauperados (blancos, y, sobre todo, latinos y afroamericanos), sin seguridad social y a los que, irónicamente, se les pide que donen, solidariamente, los órganos de sus familiares fallecidos. Tampoco estos colectivos pueden aspirar a estar en el otro lado, el de los que son candidatos a recibir un órgano. Así, la oposición de los afroamericanos a donar puede contemplarse como un acto político premeditado de resistencia.

Pues bien, en todas estas cuestiones en rabiosa y actual transformación, la Antropología ha sido menospreciada y acallada. Nancy Scheper-Hughes, antropóloga, opina que esta disciplina es la que mejores fundamentos y herramientas tiene para ofrecer alternativas a este funcional utilitarismo que impregna a la bioética en medicina.

5.      La fundación Organs Watch: una antropología de los órganos.

Nancy Scheper-Hughes es una antropóloga que se implica, que pasa a la acción, más que una mera observadora de campo en el sentido clásico; así es que con el antropólogo médico Lawrence Cohen fundó Organs Watch a finales de 1999; su propósito era documentar e investigar distintas dimensiones del comercio de órganos, en nueve países, como puede ser el engaño al que son sometidos los desposeídos, en lo social, económico y político, para que vendan sus órganos.
Es interesante destacar la metodología de trabajo de esta organización que, en palabras de su cofundadora, es inclasificable: mezcla géneros y va más allá de las “distinciones entre antropología, periodismo político, reportaje científico (…)[9]”, y en la que hay un nuevo compromiso etnográfico donde la sospecha está siempre presente sustituyendo a las antiguas formas de trabajo de campo que ponían la incredulidad en suspenso y entre paréntesis. Relata cómo tiene que hacerse pasar por quien no es, pues de otra manera no es posible acercarse a todas las aristas de este fenómeno. Ella lo llama militancia al modo del “intelectual comprometido y militante” de Pierre Bourdieu (2000).

6.      Del don incalculable –priceless gift− a la cara mercancía –pricey commodity−: una cuestión de valor.

Si hay una práctica médica intensamente social esa es el trasplante de órganos, siguiendo la precisión de Renee Fox que lo califica tanto de salvavidas como de viático.

En la donación de órganos de un cadáver, el “don de vida” es, al mismo tiempo, “don de muerte” de los entristecidos familiares. Así, se trata de  un intercambio muy idealista, ético y, normalmente, muy cristiano; de hecho, el Vaticano aceptó rápidamente la tecnología del trasplante de órganos así como la definición de muerte cerebral que precisa esta práctica. Sin embargo, en este comercio que hemos calificado de infame, la donación anónima procedente de cadáveres y la de los vivos están siendo suplantadas por trasplantes de riñones comprados a extraños.

Este modo de proceder se inició en EE.UU. allá por los años 70 del siglo pasado y, hoy, que ya no precisa una compatibilidad total para que un trasplante salga bien, no se ha sino intensificado con una mayor preferencia, por cuestiones de “calidad”, por órganos de donantes vivos.

7.      Los consumidores: el cuerpo y el fetichismo de la mercancía.

La autora nos trae a colación el viejo concepto marxista de fetichismo de la mercancía, puesto que el órgano a trasplantar aparenta tener una voluntad propia, ajena a la de su dueño.
Además, muchos pacientes ven como cosa antigua esperar en largas listas por un órgano de un cadáver, transmitiendo la idea de que la sola idea de escasez, aunque sea de órganos, es un fracaso de gestión básica, de mercado o de política. No casa esa escasez con la época de triunfalismo biomédico y tecnológico. Los órganos parecen entrar en el ¿libre? juego de la oferta y la demanda, siendo evaluados y otorgándoseles valor de mercado. Pero, se pregunta Nancy Scheper-Hughes, ¿pueden ser los órganos contemplados como mero material de consumo médico? Para contestar, en el texto se nos reproduce una cita de Veena Das, profesora de antropología de la John Hopkin University: “Un órgano nunca es sólo un órgano[10]”; además de que un riñón convertido en fetiche comprado a un donante vivo evocará creencias antiguas acerca de la inmortalidad humana y la trascendencia.

8.      Traficantes, cazadores de riñones y cirujanos fuera de la ley.

Un gran problema en el fenómeno de los trasplantes es que ofertas y demandas aparecen separadas por largas distancias y culturas diferentes, lo que hace que las transacciones que se producen sean muy complejas y estén necesitadas de extensos y expertos equipos de trabajo. Surge así una red internacional mafiosa alrededor de cuerpo que va desde los “cazadores de riñones”, a las sofisticadas y clandestinas agencias de turismo médico, pasando por intermediarios médicos que se hacen pasar por congregaciones religiosas. Y, todos, en lugares muy alejados entre sí: los primeros en Estambul y Moldavia; las segundas en Tel Aviv y Manila, y los terceros en Filipinas o Nueva York.

En todo este fenómeno globalizado en el que Internet juega un papel destacado, aparecen, también, traficantes locales.

Por lo tanto, no queda más que afirmar que existe una práctica ilegal del turismo de trasplante en el que están implicados algunos de los más prestigiosos cirujanos de los hospitales y universidades más punteras del mundo; sin que, por cierto, se les investigue, ni mucho menos, se les pene.

9.      Medicina, mafia y lo militar: el terrorismo biopolítico y el libre comercio del trasplante.

En la página 225 del texto, hace la autora una afirmación que me parece arriesgada, salvo que se ofrezcan pruebas contundentes; afirma que “existen indicios, si bien no verificados, de que el negocio del tráfico de órganos se inició entre el caos y la absoluta deshumanización de los campos de exterminio durante la guerra genocida de la antigua Yugoslavia”.

Por otro lado, es Israel el país que ostenta la compra per cápita de órganos más elevada del mundo, cuya seguridad social, incluso, costea el llamado “paquete turístico” del trasplante: 200.000 $ para cubrir los costes de un trasplante fuera del país, situación que se ha convertido en un negocio multimillonario en el que pacientes y médicos israelíes viajan a Estambul, a otra pequeña ciudad turca, o a un tercer lugar de la Europa del Este para trasplantar clandestinamente , entre la medianoche y primeras horas de la mañana, un riñón de un soldado iraquí o un trabajador extranjero de un país del este del continente.

10. Más allá de la bioética.

Nancy Scheper-Hughes defiende el papel de la antropología, que va más allá de la bioética, puesto que mientras ésta considera preocupante la medicina del trasplante cuando aparecen mercados no formales de compra-venta de órganos y tejidos, aquélla se preocupa mucho antes: cuando detecta que un humano enfermo mira a un humano sano y ve que dentro del cuerpo de éste hay algo que puede prolongar y/o mejorar su vida.

La autora cree que la solución a los mercados sumergidos de órganos no está en su prohibición, sino en su regularización, enfocando el problema desde el punto de vista del mercado; pero esta solución, supuestamente racional, plantea muchos problemas y no resuelve otros ya presentes. De estos, el más grave es el abandono que los donantes (mejor, vendedores) de órganos vivos sufren, en cuanto a los daños físicos y psicológicos, tras la operación. Algunas de estas patologías son: dolor crónico, desempleo, estigma, aislamiento social, problemas psicológicos graves, llegando algunos, incluso, a la muerte. Por otro lado, algunos cirujanos han difundido una hipótesis, no suficientemente contrastada con los necesarios estudios longitudinales, sobre la donación en vida exenta de riesgos. Nancy Scheper-Hughes, por el contrario, sí que ha hecho un estudio cualitativo entre una muestra de decenas de vendedores de riñón en Moldavia y Filipinas, con exámenes para el seguimiento médico y sonogramas, que han puesto de manifiesto toda una serie de efectos secundarios o derivados de la nefrectomía, tanto de tipo físico como social.

Aboga la autora por algún sistema regulador que tendría que venir del Estado que ponga orden en un mercado que otorga distintos precios a los órganos, en distintas partes del mundo, en función de los prejuicios del consumidor (desde 1.000 $ un riñón en la India, hasta 30.000 $ en el Perú urbano, pasando por 2.700 $ en Moldavia o Rumanía).

La bioética acerca del derecho a vender un órgano se ha construido sobre las nociones euroamericanas de la elección individual, algo muy en la onda protestante, pero en las zonas suburbiales de Brasil, o de la India, o de tantos otros sitios, realmente no hay decisiones al respecto de esa venta que sea libres y autónomas, sino que aquéllas están mediatizadas por la miseria. Hay, por el contrario, que ofrecer soluciones tales que ciudadanos educados e informados estén en condiciones de prestar su consentimiento a donar tras una muerte cerebral, o no lo hagan.

11. Conclusión: regreso al don.

Contemplado el cuerpo como un don (y hay quien así lo considera[11]), hay que concluir que aquél no puede venderse, aunque sí volver a donarse y redistribuirse como muestra de humanidad hacia los otros; y esto es así porque los humanos no sólo son, sino que, además, tienen un cuerpo.

No han sido sino las nuevas tecnologías médicas y la creación de carestías y necesidades artificiales, los responsables de romper la tradicional dicotomía dones-mercancías, y familiares-extraños; y, siendo esto así, ¿estamos ante un fenómeno creciente de biosociabilidad o de biosociopatía? Nancy Scheper-Hughes expresa su deseo de que la antropología médica entre en el debate moderno del cuerpo mercantilizado, y defiende la existencia de circulación de órganos pero sólo como un “acto radical de fraternidad[12]”, pues lo que está pasando no es sino una tragedia médica, social y moral de muy grandes, aunque aún no reconocidas, consecuencias.


Bibliografía:

  • Bhagwati, Haddish, Deconstructing Rotten Trade, SAIS Review, 22, 39-44, 2002.
  • Bourdieu, Pierre, Bosquejo de una teoría de la práctica, Prometeo libros, 2012.
  • Comaroff, Jean; Comaroff, John (Eds.), Millenial Capitalism and the Culture of Neoliberalism, Durham: Duke University Press, 2001.
  • Illich, Ivan, Medical Nemesis. The Expropriation of Health, New York: Pantheon Books, 1975.
  • Rabinow, Paul, Artificiality and Enlightenment: from Sociobiology to Biosociality, Anthropology of Reason. Princeton: Princeton University Press, 1996.



[1] El comercio infame: capitalismo milenarista, valores humanos y justicia global en el tráfico de órganos. Revista de Antropología Social, 2005, 14, páginas 195 a 236.
[2] Lo que tampoco debe sorprendernos, pues la autora es antropóloga, claro. Más adelante hará referencia a otros clásicos como Marcel Mauss, Claude Lévi-Strauss, y el sociólogo, antropólogo y filósofo Pierre Bourdieu.
[3] Argonauts of the Western Pacific, 1922.
[4] Rotten trade: millennial capitalism, human values and global justice in organs trafficking, p. 197.
[5] Es una clara referencia al concepto de “fetichismo de la mercancía” creado por Karl Marx en su obra Das Kapital (El Capital), cuya primera de las tres partes que lo componen fue publicada en vida de Marx en 1867.
[6] Rotten trade: millennial capitalism, human values and global justice in organs trafficking, p. 199.
[7] Ibíd., p. 202.
[8] Ibíd., p. 207.
[9] Ibíd., pp. 212 y 213.
[10] Ibíd., p. 219.
[11] Recordemos en Ensayo sobre el don, de Marcel Mauss.
[12] Rotten trade: millennial capitalism, human values and global justice in organs trafficking, p. 232.

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