Recensión sobre el artículo:
Rotten trade: millennial capitalism, human values and
global justice in organs trafficking[1]. (Nancy Scheper-Hughes, 2004),
por parte de José Ramón Vílchez Navas
En el presente documento, Nancy Scheper-Hughes, del
Departamento de Antropología de la Universidad de California, nos informa sobre
un fructífero negocio, hijo del capitalismo en el que vivimos, en el que se
desarrolla un turismo de trasplantes y un tráfico universal de cuerpos, deseos
y necesidades humanas.
A su vez, también nos muestra, los caminos
unidireccionales que siguen todos estos comercios: los órganos van de sur a
norte, del tercer al primer mundo, de los cuerpos de los pobres al de los
adinerados, de negros y mestizos a blancos, y de mujeres a hombres.
La autora aborda la cuestión a lo largo de once
capítulos:
1.
Introducción.
2.
¿Biosocialidad o biosociopatía? Los vendedores de riñones.
3.
Bioética:
el artificio de la medicina de libre mercado.
4.
Justicia
en el trasplante: ¿escasez para quién?
5.
La
fundación Organs Watch: una
antropología de los órganos.
6.
Del
don incalculable –priceless gift− a
la cara mercancía –pricey commodity−:
una cuestión de valor.
7.
Los
consumidores: el cuerpo y el fetichismo de la mercancía.
8.
Traficantes,
cazadores de riñones y cirujanos fuera de la ley.
9.
Medicina,
mafia y lo militar: el terrorismo biopolítico
y el libre comercio del trasplante.
10. Más allá de la bioética.
11. Conclusiones: regreso al don.
***
1.
Introducción.
Para comenzar, diremos que este artículo fue
construido a partir de trabajo de campo realizado en los primeros años del
siglo XXI. Habla la autora de que en esos tiempos de reajuste neoliberal se
produce casi un vacío de las ideologías, y de los valores y prácticas
tradicionales de la modernidad y del humanismo. Tras la crisis financiera,
ocurrida a partir de 2008, trasladada luego el sector real, es decir, a las
personas de “a pie”, y que aún dura en
bastantes economías occidentales, cabe preguntarse si este trabajo merecería ya
una revisión.
En el contexto actual del capitalismo milenarista
(concepto acuñado por Jean y John Comaroff, de la Universidad de Chicago, en
2001), los procedimientos médicos de nuevo cuño y las biotecnologías se han
propagado por el mundo como nunca, al amparo de mercados extraños y economías
sumergidas; y es el fenómeno de los trasplantes de órganos el que ha
proliferado en estos mercados y en estas condiciones como ningún otro bien o
servicio.
Al comenzar a leer el artículo, da la impresión de
ser “muy antropológico”[2], si
se me permite la expresión, cosa que se va confirmando, por ejemplo, tras la
referencia al anillo kula, descrito
por Bronislaw Manilowski en su obra clásica Los
Argonautas del Pacífico Sur[3]. El
símil se hace con este extravagante comercio de cuerpos moribundos que van en
una dirección, y órganos saludables en envoltorio humano, en otra, que
encuentra reflejo actual en la confluencia de flujos de trabajadores
inmigrantes y de vendedores ambulantes de riñones. La autora afirma que “es una rara mezcla de altruismo y comercio,
consentimiento y coerción, obsequio y hurto, ciencia y brujería, y cuidado y
sacrificio humano[4]”, que da lugar a una
nueva forma de mercancía fetiche[5]:
riñones frescos y saludables comprados a cuerpos vivos, configurando unos
límites del liberalismo económico que parecen no alcanzarse nunca. Para la
autora, el riñón mercantilizado es la principal divisa en el turismo de
trasplante, algo así como el patrón-oro de la venta de órganos mundial, aunque
nos avisa de nuevas mercancías como, por ejemplo, hígados y córneas, de nuevo
de vendedores vivos, fenómeno iniciado en el sureste asiático.
Nancy Scheper-Hughes nos alerta sobre tres
cuestiones principales. Primera, los órganos procedentes de cadáveres escasean,
y se ha evolucionado hacia la demanda y la oferta de órganos “excedentarios”
vivos muy fetichizados; segunda, la retórica sobre el altruismo del trasplante,
que enmascara verdaderos sacrificios humanos; y tercera, la búsqueda de una
empatía imposible establecida entre donantes de órganos, excluidos e
invisibles, y receptores de aquéllos, muy visibles. La autora lo define como un
apartheid médico globalizado que
privilegia a un tipo de paciente, el receptor, sobre otro (realmente
“no-paciente”), el donante anónimo y excluido. Incluso cabe hablar de países
donantes de órganos frente a países receptores de estos.
Es en este contexto de “compradores ambulantes de órganos, cazadores itinerantes de riñones,
cirujanos y técnicos sanitarios fuera de la ley, quirófanos improvisados, y
laboratorios clandestinos[6]”, donde cabe aplicar
el término acuñado por el economista Jagddish Bhagwati en 2002 y que está en el
título de este trabajo: rotten trade
(comercio infame), en el que se comercia con bads (males), como armas, drogas, niños, cuerpos, etc., en
oposición al comercio ordinario con goods
(bienes). Ejemplos sangrantes son el intercambio de riñón por la dote de la
novia, como estrategia de los padres de ésta en la India, o los chabolistas de
un “solo riñón” en las periferias de Manila, o en Tailandia.
2.
¿Biosocialidad
o biosociopatía? Los vendedores de riñones.
Surgen nuevos conceptos de supuesto “parentesco
social” de dudosa ética, como kidney kin
(parientes renales) que se venden
como “parejas perfectas”, como si fueran hermanos, aunque ni llegan a verse las
caras. Las paradojas están garantizadas: donaciones renales de trabajadores
palestinos para acomodados enfermos renales israelís; o campesinos del este de
Europa que emigran a países como Turquía para vender tabaco de contrabando y
terminan desprendiéndose de un riñón en tratos hechos en mercadillos locales.
La autora nos comenta cómo estos hechos pueden derivar en otras patologías
sociales como el ostracismo y desprecio que encuentran estos vendedores
ambulantes de riñones (igual que las mujeres trabajadoras sexuales compatriotas
suyas) al regresar a su país.
Es curioso resaltar el distinto punto de vista que
personas de distintas partes del mundo tienen respecto a la venta del riñón;
por ejemplo, los emigrantes del este de Europa (de Rumanía y Moldavia, sobre
todo), califican de robo el intercambio de un riñón por dinero, mientras que en
los arrabales de Manila (Filipinas), sometida durante siglos a dominación
colonial, la mayoría de hombres jóvenes están deseando vender un riñón, sin
apenas manifestar arrepentimiento después.
Acerca de si las anteriores o las siguientes
circunstancias son aspectos de socialización o sociopatías, la autora no responde. Nos presenta hechos diversos y
parece querernos decir: - Que cada cual responda: “indigentes turcos,
criminales de poca monta, inmigrantes de Europa del este[7]”, alrededor de la estación
de autobuses o de los mercadillos de Estambul; colas en las unidades de
trasplantes, estibadores desempleados “indignados”, “humillados”, que no han
sido considerados aptos por un prestigioso hospital privado de Manila
(Filipinas); pabellones especiales de unidades quirúrgicas al modo de “moteles
renales” donde los donantes permanecen sobre camastros varios días esperando
literalmente “que les toque la lotería”; escenas, todas ellas, que pueden pertenecer
a hospitales y clínicas de la India, Irak, Irán, Sudáfrica y las ya mencionadas
Filipinas y Turquía. E, incluso, vecindarios enteros, ciudades y regiones
conocidas en el mundillo de este infame comercio como “cinturones renales”. ¿Biosocialidad o biosociopatía? Que cada cual juzgue.
3.
Bioética:
el artificio de la medicina de libre mercado.
Lo que está en cuestión con estas nuevas
transacciones médicas es la integridad y la dignidad humana. Y la bioética ha
sido elaborada (en palabras de la autora) para satisfacer los deseos de los
posmodernos consumidores médicos a través de la biomedicina y la biotecnología
avanzadas; tal es así, que revistas médicas como Lancet o JAMA defienden
el supuesto derecho a comprar o vender órganos humanos en un claro intento de
racionalizar el trasplante médico y, así, “alienarlo
al lado de las concepciones neoliberales sobre el género humano, el cuerpo, el
trabajo, el valor, los derechos y la economía[8]”. Todo lo más, unos quieren
un mercado de órganos humanos libre, mientras que otros lo quieren regulado.
Hoy, la realidad es que, siendo el comercio de
órganos ilegal en casi todos los países donde se hacen trasplantes, en ninguno
de ellos se persigue, de tal manera que las corporaciones internacionales del
trasplante (blanqueo de dinero y conexiones con la mafia incluidas) sólo se
pueden contemplar como un olvido intencionado,
siendo, incluso, algunos de los cirujanos prófugos más conocidos, directores
médicos de prestigiosas unidades de trasplante. Nancy Scheper-Hughes, valientemente,
da algunos nombres: el Dr. Zaki Shapira, del Bellinson Medical israelí de Tel Avid, o el turco, Dr. Yusef
Somnez. Estos médicos, y otros, se benefician de gobiernos laxos y corrupciones
en la profesión médica conocidaos y permitidos, pero también de su posición
privilegiada sobre la vida y la muerte, los cuerpos de los pacientes y el
carisma que otros les otorgan (les otorgamos) por su trabajo y destreza, cual
si obrasen milagros. Esto, junto con aspectos como la autonomía del paciente,
la libertad individual, el derecho a elegir y una defensa a ultranza del
utilitarismo (“el mejor bien para el mayor número de seres humanos”) son los
principios inspiradores del concepto que de lo ético tienen muchos de los
cirujanos de trasplantes. Pero, ¿qué pasa con otros conceptos como el de
justicia social y el de “buena sociedad”? Pues que apenas figuran en sus
debates. En definitiva, se elige el camino del todo vale por una sola vida
humana salvada o, cuando menos, prolongada.
4.
Justicia
en el trasplante: ¿escasez para quién?
Escasez es la palabra sobre la que el discurso
médico construye la “demanda” de órganos humanos; es decir, la sombra de las
enormes listas de espera, a veces ficticias, es alargada. Y es que esa escasez
es una necesidad creada de manera artificial (según la idea de Ivan Illich,
1975) que ha sido inventada por los técnicos del trasplante para tentar a
poblaciones cada vez más viejas, enfermas y/o moribundas. Sobre si ciertas
clases sociales o grupos étnicos, de las que sobre todo surgen los órganos en
vida o tras muerte cerebral, están en posición de vulnerabilidad, nada se dice.
Curiosamente, la muerte cerebral, en EE.UU. afecta, sobre todo, a sectores muy
depauperados (blancos, y, sobre todo, latinos y afroamericanos), sin seguridad
social y a los que, irónicamente, se les pide que donen, solidariamente, los
órganos de sus familiares fallecidos. Tampoco estos colectivos pueden aspirar a
estar en el otro lado, el de los que son candidatos a recibir un órgano. Así,
la oposición de los afroamericanos a donar puede contemplarse como un acto
político premeditado de resistencia.
Pues bien, en todas estas cuestiones en rabiosa y
actual transformación, la Antropología ha sido menospreciada y acallada. Nancy
Scheper-Hughes, antropóloga, opina que esta disciplina es la que mejores
fundamentos y herramientas tiene para ofrecer alternativas a este funcional
utilitarismo que impregna a la bioética en medicina.
5.
La
fundación Organs Watch: una
antropología de los órganos.
Nancy Scheper-Hughes es una antropóloga que se
implica, que pasa a la acción, más que una mera observadora de campo en el
sentido clásico; así es que con el antropólogo médico Lawrence Cohen fundó Organs Watch a finales de 1999; su
propósito era documentar e investigar distintas dimensiones del comercio de
órganos, en nueve países, como puede ser el engaño al que son sometidos los
desposeídos, en lo social, económico y político, para que vendan sus órganos.
Es interesante destacar la metodología de trabajo de
esta organización que, en palabras de su cofundadora, es inclasificable: mezcla
géneros y va más allá de las “distinciones
entre antropología, periodismo político, reportaje científico (…)[9]”, y
en la que hay un nuevo compromiso etnográfico donde la sospecha está siempre
presente sustituyendo a las antiguas formas de trabajo de campo que ponían la
incredulidad en suspenso y entre paréntesis. Relata cómo tiene que hacerse
pasar por quien no es, pues de otra manera no es posible acercarse a todas las
aristas de este fenómeno. Ella lo llama militancia al modo del “intelectual
comprometido y militante” de Pierre Bourdieu (2000).
6.
Del
don incalculable –priceless gift− a
la cara mercancía –pricey commodity−:
una cuestión de valor.
Si hay una práctica médica intensamente social esa
es el trasplante de órganos, siguiendo la precisión de Renee Fox que lo
califica tanto de salvavidas como de viático.
En la donación de órganos de un cadáver, el “don de
vida” es, al mismo tiempo, “don de muerte” de los entristecidos familiares.
Así, se trata de un intercambio muy
idealista, ético y, normalmente, muy cristiano; de hecho, el Vaticano aceptó
rápidamente la tecnología del trasplante de órganos así como la definición de
muerte cerebral que precisa esta práctica. Sin embargo, en este comercio que
hemos calificado de infame, la donación anónima procedente de cadáveres y la de
los vivos están siendo suplantadas por trasplantes de riñones comprados a
extraños.
Este modo de proceder se inició en EE.UU. allá por
los años 70 del siglo pasado y, hoy, que ya no precisa una compatibilidad total
para que un trasplante salga bien, no se ha sino intensificado con una mayor
preferencia, por cuestiones de “calidad”, por órganos de donantes vivos.
7.
Los
consumidores: el cuerpo y el fetichismo de la mercancía.
La autora nos trae a colación el viejo concepto
marxista de fetichismo de la mercancía, puesto que el órgano a trasplantar
aparenta tener una voluntad propia, ajena a la de su dueño.
Además, muchos pacientes ven como cosa antigua
esperar en largas listas por un órgano de un cadáver, transmitiendo la idea de
que la sola idea de escasez, aunque sea de órganos, es un fracaso de gestión
básica, de mercado o de política. No casa esa escasez con la época de
triunfalismo biomédico y tecnológico. Los órganos parecen entrar en el ¿libre?
juego de la oferta y la demanda, siendo evaluados y otorgándoseles valor de
mercado. Pero, se pregunta Nancy Scheper-Hughes, ¿pueden ser los órganos
contemplados como mero material de consumo médico? Para contestar, en el texto
se nos reproduce una cita de Veena Das, profesora de antropología de la John Hopkin University: “Un órgano nunca es sólo un órgano[10]”;
además de que un riñón convertido en fetiche comprado a un donante vivo evocará
creencias antiguas acerca de la inmortalidad humana y la trascendencia.
8.
Traficantes,
cazadores de riñones y cirujanos fuera de la ley.
Un gran problema en el fenómeno de los trasplantes es
que ofertas y demandas aparecen separadas por largas distancias y culturas
diferentes, lo que hace que las transacciones que se producen sean muy
complejas y estén necesitadas de extensos y expertos equipos de trabajo. Surge
así una red internacional mafiosa alrededor de cuerpo que va desde los
“cazadores de riñones”, a las sofisticadas y clandestinas agencias de turismo
médico, pasando por intermediarios médicos que se hacen pasar por
congregaciones religiosas. Y, todos, en lugares muy alejados entre sí: los
primeros en Estambul y Moldavia; las segundas en Tel Aviv y Manila, y los
terceros en Filipinas o Nueva York.
En todo este fenómeno
globalizado en el que Internet juega un papel destacado, aparecen, también,
traficantes locales.
Por lo tanto, no queda
más que afirmar que existe una práctica ilegal del turismo de trasplante en el
que están implicados algunos de los más prestigiosos cirujanos de los
hospitales y universidades más punteras del mundo; sin que, por cierto, se les
investigue, ni mucho menos, se les pene.
9. Medicina, mafia y lo militar: el terrorismo biopolítico y el libre comercio del
trasplante.
En la página 225 del
texto, hace la autora una afirmación que me parece arriesgada, salvo que se
ofrezcan pruebas contundentes; afirma que “existen
indicios, si bien no verificados, de que el negocio del tráfico de órganos se
inició entre el caos y la absoluta deshumanización de los campos de exterminio
durante la guerra genocida de la antigua Yugoslavia”.
Por otro lado, es
Israel el país que ostenta la compra per cápita de órganos más elevada del
mundo, cuya seguridad social, incluso, costea el llamado “paquete turístico”
del trasplante: 200.000 $ para cubrir los costes de un trasplante fuera del
país, situación que se ha convertido en un negocio multimillonario en el que
pacientes y médicos israelíes viajan a Estambul, a otra pequeña ciudad turca, o
a un tercer lugar de la Europa del Este para trasplantar clandestinamente ,
entre la medianoche y primeras horas de la mañana, un riñón de un soldado iraquí
o un trabajador extranjero de un país del este del continente.
10. Más allá de la
bioética.
Nancy Scheper-Hughes
defiende el papel de la antropología, que va más allá de la bioética, puesto
que mientras ésta considera preocupante la medicina del trasplante cuando
aparecen mercados no formales de compra-venta de órganos y tejidos, aquélla se
preocupa mucho antes: cuando detecta que un humano enfermo mira a un humano
sano y ve que dentro del cuerpo de éste hay algo que puede prolongar y/o
mejorar su vida.
La autora cree que la
solución a los mercados sumergidos de órganos no está en su prohibición, sino
en su regularización, enfocando el problema desde el punto de vista del
mercado; pero esta solución, supuestamente racional, plantea muchos problemas y
no resuelve otros ya presentes. De estos, el más grave es el abandono que los
donantes (mejor, vendedores) de órganos vivos sufren, en cuanto a los daños
físicos y psicológicos, tras la operación. Algunas de estas patologías son:
dolor crónico, desempleo, estigma, aislamiento social, problemas psicológicos
graves, llegando algunos, incluso, a la muerte. Por otro lado, algunos
cirujanos han difundido una hipótesis, no suficientemente contrastada con los
necesarios estudios longitudinales, sobre la donación en vida exenta de
riesgos. Nancy Scheper-Hughes, por el contrario, sí que ha hecho un estudio
cualitativo entre una muestra de decenas de vendedores de riñón en Moldavia y
Filipinas, con exámenes para el seguimiento médico y sonogramas, que han puesto
de manifiesto toda una serie de efectos secundarios o derivados de la
nefrectomía, tanto de tipo físico como social.
Aboga la autora por
algún sistema regulador que tendría que venir del Estado que ponga orden en un
mercado que otorga distintos precios a los órganos, en distintas partes del
mundo, en función de los prejuicios del consumidor (desde 1.000 $ un riñón en
la India, hasta 30.000 $ en el Perú urbano, pasando por 2.700 $ en Moldavia o
Rumanía).
La bioética acerca del
derecho a vender un órgano se ha construido sobre las nociones euroamericanas
de la elección individual, algo muy en la onda protestante, pero en las zonas
suburbiales de Brasil, o de la India, o de tantos otros sitios, realmente no
hay decisiones al respecto de esa venta que sea libres y autónomas, sino que
aquéllas están mediatizadas por la miseria. Hay, por el contrario, que ofrecer
soluciones tales que ciudadanos educados e informados estén en condiciones de
prestar su consentimiento a donar tras una muerte cerebral, o no lo hagan.
11. Conclusión:
regreso al don.
Contemplado el cuerpo
como un don (y hay quien así lo considera[11]),
hay que concluir que aquél no puede venderse, aunque sí volver a donarse y
redistribuirse como muestra de humanidad hacia los otros; y esto es así porque
los humanos no sólo son, sino que,
además, tienen un cuerpo.
No han sido sino las
nuevas tecnologías médicas y la creación de carestías y necesidades
artificiales, los responsables de romper la tradicional dicotomía dones-mercancías,
y familiares-extraños; y, siendo esto así, ¿estamos ante un fenómeno creciente
de biosociabilidad o de biosociopatía? Nancy Scheper-Hughes
expresa su deseo de que la antropología médica entre en el debate moderno del
cuerpo mercantilizado, y defiende la existencia de circulación de órganos pero
sólo como un “acto radical de fraternidad[12]”,
pues lo que está pasando no es sino una tragedia médica, social y moral de muy
grandes, aunque aún no reconocidas, consecuencias.
Bibliografía:
- Bhagwati, Haddish, Deconstructing Rotten Trade, SAIS Review, 22, 39-44, 2002.
- Bourdieu, Pierre, Bosquejo de una teoría de la práctica, Prometeo libros, 2012.
- Comaroff, Jean; Comaroff, John (Eds.), Millenial Capitalism and the Culture of Neoliberalism, Durham: Duke University Press, 2001.
- Illich, Ivan, Medical Nemesis. The Expropriation of Health, New York: Pantheon Books, 1975.
- Rabinow, Paul, Artificiality and Enlightenment: from Sociobiology to Biosociality, Anthropology of Reason. Princeton: Princeton University Press, 1996.
[1] El comercio infame: capitalismo milenarista, valores
humanos y justicia global en el tráfico de órganos. Revista de Antropología Social, 2005, 14, páginas 195 a 236.
[2] Lo que tampoco debe sorprendernos, pues la autora es
antropóloga, claro. Más adelante hará referencia a otros clásicos como Marcel
Mauss, Claude Lévi-Strauss, y el sociólogo, antropólogo y filósofo Pierre
Bourdieu.
[3] Argonauts of the Western
Pacific, 1922.
[4] Rotten trade: millennial
capitalism, human values and global justice in organs trafficking, p. 197.
[5] Es una
clara referencia al concepto de “fetichismo de la mercancía” creado por Karl
Marx en su obra Das Kapital (El Capital), cuya primera de las tres
partes que lo componen fue publicada en vida de Marx en 1867.
[6] Rotten
trade: millennial capitalism, human values and global justice in organs
trafficking, p. 199.
[7] Ibíd., p. 202.
[8] Ibíd., p. 207.
[9] Ibíd., pp. 212 y 213.
[10] Ibíd., p. 219.
[12] Rotten trade: millennial
capitalism, human values and global justice in organs trafficking, p. 232.
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