sábado, 28 de febrero de 2015

Buenas razones (quizá las mejores) para la desesperación.

Miércoles, 23 de febrero

Desde el despacho del trabajo, con los chopos, los álamos y las palmeras agitados por un fuerte levante, y el Mediterráneo, que presumo con su superficie encrespada, allá lejos, en el que un carguero se mueve muy lento en dirección al puerto. Día de huelga de los alumnos en protesta por la implantación que pretende el gobierno del sistema de tres más dos. Tres años de duración del grado y másteres de dos años. En la universidad no sé qué pasará, pero en la secundaria los alumnos de tercero de ESO en adelante, al menos aquí en Motril, se reivindican levantándose más tarde y por supuesto que no manifestándose, por desgracia, en la calle. Para la inmensa mayoría de ellos se trata, sin más, de un día sin clases.

Volviendo a Vila-Matas, podemos encontrar otro párrafo significativo.

Lo he llamado

Buenas razones (quizá las mejores) para la desesperación:

"Piensen cuáles pueden ser las razones básicas para la desesperación. Cada uno de ustedes tendrá las suyas. Les propongo las mías: la volubilidad del amor, la fragilidad de nuestro cuerpo, la abrumadora mezquindad que domina la vida social, la trágica soledad en la que en el fondo vivimos todos, los reveses de la amistad, la monotonía e insensibilidad que trae aparejada la costumbre de vivir." (París no se acaba nunca, 69)

Creo que, dentro de estas seis buenísimas razones para desesperar, las verdaderamente significativas son las tres que he resaltado en cursiva.

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