sábado, 21 de febrero de 2015

Las partículas elementales (Michel Houellebecq, 1998)

En el autobús, camino de Motril, media mañana del lunes 2 de febrero, día radiante que, según los informativos, pasará a nublarse por la tarde cayendo las temperaturas y la cota de nieve drásticamente. Leyendo de nuevo a Houellebecq, Les particules élémentaires. Reflexiones claras y directas como ésta dan sentido a ¿por qué leer a este autor?: 
"Para el occidental contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la muerte constituye una especie de ruído de fondo que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse a un zumido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras épocas el ruido de fondo lo constituía la espera del Reino del Señor. Hoy lo constituye la espera de la muerte. Así son las cosas." (página 83, Compactos Anagrama)
Sociología pura, al puro estilo del mejor Foucault, del que se nota, yo diría, claras influencias. Y sigue:
"Era a finales de los años setenta: Bruno y él [Michel] tenían veinte años y ya se sentían viejos. La cosa iba a seguir: se sentirían cada vez más viejos, y se avergonzarían de ello. Su época  estaba a punto de lograr una transformación inaudita: ahogar el sentimiento trágico de la muerte en la sensación más general e insulsa del envejecimiento." (121)
EN LA SENSACIÓN MÁS GENERAL E INSULSA DEL ENVEJECIMIENTO. Mejor no se puede expresar. Se nos viene prometiendo, hace ya bastantes años, una vida más prolongada y con mejor salud, un envejecimiento de lujo, pero..., probablemente, ya pasados los treinta o cuarenta, ¿qué nuevo conjunto de experiencias nos ofrece el discurrir de la vida?

Hace días que terminé el libro. Hoy es día 13. Houellebecq, además, siempre tiene preparado un discurso económico en ésta y en otras obras. Sus ácidas críticas sobre el capitalismo que nos atenaza hoy son para tenerlas en cuenta. Así, es opinión de este autor que hoy nadie parece participar en la producción de aquello que consume, una idea que yo mismo trato de iculcar a mis alumnos para que sean conscientes de lo dependientes que somos de los demás toda vez que en nuestra máxima especialización laboral actual, estamos muy poco capacitados para ganarnos la vida con nuestras propias manos. Me remito a lo dicho en mi entrada en este mismo blog titulada Michel Houellebecq: hoy nadie parece participar en la producción de aquello que consume (etiqueta Alumnos Economía). 

Las partículas elementales es la segunda novela de este autor francés, y está escrita en el ya lejano año 1998, tras Ampliación del campo de batalla (1994) y antes de Plataforma (2004). En este caso se trata de una obra verdaderamente mayúscula, en la que el nihilismo del autor alcanza cotas muy elevadas. Podemos leer:
"David se cruzó con Mick Jagger y dio un salto hacia atrás de dos metros, como si hubiera visto una víbora (...) era la estrella más grande del mundo; rico, adulado y cínico, era todo lo que David soñaba ser y resultaba tan fascinante porque era el mal, lo simbolizaba a la perfección; y lo que las masas adulan por encima de todas las cosas es la imagen del mal impune." (208)
Si esto fuera cierto, explicaría situaciones actuales, en principio contradictorias, como la adulación por personas públicas que no resistirían un análisis mínimamente profundo de compromiso social o de cualquier otro tipo respecto de sus semejantes.

Tengo casi cuarenta y tres años y veo a mi alrededor a personas pasando momentos de crisis profundas, de diverso tipo. Al respecto de las crisis personales, dice Houellebecq:
 "En nuestras sociedades contemporáneas, una vida humana pasa necesariamente por uno o varios periodos de crisis, de intensa revisión personal. Así que es normal que en el centro de la ciudad de una gran capital europea uno tenga acceso al menos a un establecimiento abierto toda la noche (...) Christiane había escuchado su relato con atención; en su silencio había algo doloroso. Había que volver a los placeres sencillos." (213)
Sobre la supuesta lucidez de los depresivos:
"Desamparado, volvió a su propio edificio, delante del ascensor se interrogó sobre sí mismo ¿Era depresivo, y tenía sentido preguntárselo? Desde hacía unos años el barrio estaba lleno de carteles llamando a la vigilancia y la lucha contra el Frente Nacional. La extrema indiferencia que él manifestaba por este asunto, tanto en uno como en otro sentido, era en sí misma un síntoma inquietante. La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible." (227, 8)
Y, ¿cómo no?, sobre la muerte:
"La verdad es que el hombre siempre le ha tenido pánico a la muerte, nunca ha podido enfrentarse sin terror a la perspectiva de su propia desaparición, ni siquiera de su propio declive. Es obvio que de todos los bienes terrenales, el más preciado es la juventud; y ahora ya solo creemos en los bienes terrenales. 'Si Cristo no ha resucitado', dice San Pablo con franqueza, 'es vana nuestra fe.' Cristo no resucitó; perdió la batalla contra la muerte." (262)
Sobre la relación auténtica con nuestros semejantes más cercanos, que nunca llegará, siempre nos quedaremos esperando: El jefe de Michel se despide, porque se va a jubilar. Cuando se lo comunica, Michel piensa que:
"Uno ve a la gente durante años, a veces décadas, y poco a poco se acostumbra a evitar las cuestiones personales y los temas realmente importantes; pero tiene la esperanza de que en algún momento, en circunstancias más favorables, tendrá ocasión de abordar esos temas, esas cuestiones; nunca desaparece la perspectiva, aplazada una y otra vez, de un modo de relación más humano y más completo, porque ninguna relación humana encaja bien en un marco preestablecido y definitivamente estrecho. Así pues, sobrevive la idea de una relación 'auténtica y profunda'; sobrevive durante años, a veces décadas, hasta que un acontecimiento brutal y definitivo (normalmente la muerte) le dice a uno que es demasiado tarde, que esa relación 'auténtiva y profunda' con la que había soñado nunca se hará realidad, igual que todas las demás." (272)
En lo que respecta al deseo de conocimiento, Desplechin, su jefe, se sincera sobre lo que le quedará tras la jubiliación: turismo sexual, viajar...; pero se trata de un hombre acabado:
"La verdad es que eso ya no me interesa en aboluto... Queda un deseo de conocimiento... El conocimiento sí... El deseo de conocimiento es curioso... Muy poca gente lo siente, ¿sabe?, incluso entre los investigadores; la mayoría se conforman con hacer carrera, se desvían rapidamente hacia la administración; sin embargo, en la historia de la humanidad tiene una gran importancia. Podríamos imaginar una fábula en la que un pequeño grupo de hombres (como mucho unos centenerares de personas en todo el planeta) trabaja encarnizadamente en algo muy difícil, muy abstracto, absolutamente incomprensible para los no iniciados. Estos hombres siempre serán unos desconocidos para el resto de la población; no tienen poder, fortuna u honores; ni siquiera hay alguien que entienda EL PLACER QUE LES PROCURA SU PEQUEÑA ACTIVIDAD [la mayúscula es mía; igualmente las que siguen]. Sin embargo, son la potencia más importante del mundo, y lo son por un motivo muy simple, un MOTIVO MUY PEQUEÑO: DETENTAN LAS CLAVES DE LA CERTEZA RACIONAL. Todo lo que declaran verdadero, el resto de la población lo reconoce tarde o temprano como tal. Ningún poder económico, político, social o religioso es capaz de enfrentarse a la evidencia de la certeza racional. Podemos decir que Occidente se ha interesado más allá de toda medida por la filosofía y la política, que ha luchado del modo más irracional [sí, sí, nosotros tan racionales...] por asuntos filosóficos o políticos; también podemos decir que Occidente ha amado apasionadaente la literatura y las artes; pero en realidad NADA VA A PESAR TANTO en su historia como la necesidad de certeza racional. (...)"
Para mí esto es básico; mi historia vital es haber estado buscando evidencias racionales, pero las he estado buscando, esas certezas, en las artes, las humanidades y las ciencias sociales, cuando más bien deben estar en las ciencias racionales, en las ciencias empíricas.
 "(...) A fin de cuentas, Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, SU FELICIDAD, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional. (...)"
¡Qué razón tienes Houellebecq!
"(...) Es algo que habrá que recordar a la hora de juzgar al conjunto de la civilización occidental." (273, 4)
Sobre la certeza definitiva y el Islam, en estos tiempos tan convulsos por la Yihad del Estado Islámico y Boko Haram, el propio autor tuvo que aparcar transitoriamente la presentación en Francia de su nuevo libro, Sumisión, tras los asesinatos ocurridos en la revista satírica Charlie Hebdo y en una tienda judía, ambos en París, en el que imagina un gobierno musulmán en su país en 2022, después de que el socialdemócrata François Hollande fuera reeligido para un segundo mandato.
"(...) he llegado a pensar que las religiones son, ante todo, tentativas de explicar el mundo; y (...) ninguna se sostiene si choca con nuestra necesidad de certeza racional. La prueba matemática y el modo experiemntal son experiencias definitivas de la conciencia humana. Sé muy bien que los hechos parecen contradecirme, sé que el Islam (la más estúpida, la más falsa y la más oscurantista de todas las religiones) [recordemos que este autor ha sido tachado de antiislamista] parece estar ganando terreno; pero sólo se trata de un fenómeno superficial y transitorio; a largo plazo, el Islam está condenado, más aun que el cristianismo." (247, 5)
Tener un hijo es una decisión que sitúa el autor (en palabras de su personaje y quizás alter ego, Michel) en el terreno de lo no racional:
"(...) de pronto se dio cuenta de que pensar no iba a servirle de nada. Un hijo se tiene o no se tiene; no es una decisión racional, no forma parte de las decisiones que un ser humano puede tener racionalmente. Aplastó el cigarrillo en el cenicero y murmuró: - De acuerdo."
La que fue su novia de la niñez, Annabelle, que morirá prematuramente de un cáncer fulminante, le ha pedido:
"Quiero tener un hijo tuyo. Necesito a alguien a mi lado. No tendrás que aducarlo, ni cuidarlo (...). Ni siquiera te pido que le quieras, ni que me quieras. Sé que tengo cuarenta años: peor para mí, voy a correr el riesgo. Es mi última oportunidad (...). A los diecisiete años no podía imaginar que la vida fuera tan limitada, que hubiese tan pocas posibilidades." (278, 9)
La muerte planea sobre buena parte de las novelas de Houellebecq, y también la reflexión sobre aquella es parte esencial de Las partículas elementales, como ya vimos al inicio de este texto, y hacia la mitad del mismo.
"(...) el hombre no está hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás." (289)
Tras la tercera parte, Infinito emocional, con Michel desaparecido,
"Ahora creemos que Michel Djerzinski encontró la muerte en Irlanda, en el mismo lugar que eligió para vivir sus últimos años. Creemos también que cuando terminó sus trabajos, sintiéndose desprovisto de cualquier lazo humano, decidió morir. Actualmente creemos que Michel Djerzinski se adentró en el mar. (...) donde, como escribió en una de sus últimas notas, 'el cielo, la luz y el agua se confunden'". (309, 10),
el magnífico Epílogo, tan sugerente y evocador acerca de uno de los anhelos mayores del ser humano: crear vida inteligente más allá de su propia especie; ser, por fin, Dios. Así, en un trabajo publicado por Djerzinski en Nature en el año 2009 titulado Prolegómenos a la duplicación perfecta, el investigador demuestra que
"(...) cualquier código genético, no importa su complejidad, podía reescribirse de forma estándar, estructuralemnte estable, inaccesible a las perturbaciones y a las mutaciones. Cualquier célula podía estar dotada de una capacidad infinita de duplicacioes sucesivas. Cualquier especie animal, por evolucionada que estuviese, podía transformarse en una especie emparentada, reproducible mediante clonación, e inmortal." (312)
Evidentemente, Houellebecq está hablando de la desaparición progresiva de la especie humana. No podrá ser de otro modo tras la creación de seres inmortales por clonación, idénticos, a imagen y semejanza de
"Esa especie dolorosa y mezquina, apenas diferente del mono, que sin embargo tenía tantas aspiraciones nobles. Esa especie torturada, contradictoria, individualista y belicosa, de un egoísmo ilimitado, capaz a veces de explosiones de violencia inauditas, pero que sin embargo no dejó nunca de creer en la bondad y en el amor." (320)
En el penúltimo párrafo del libro, esta nueva especie, de manera inopinada, habla en primera persona del plural. Se trata de unas palabras que pueden parecer proféticas:
"Hemos roto el vínculo filial que nos unía a la humanidad y estamos vivos. Según los hombres, vivimos felices; cierto que hemos sabido superar los impulsos, para ellos insuperables, del egoísmo, la crueldad y la ira; de todos modos, vivimos una vida distinta. La ciencia y el arte siguen existiendo en nuestra sociedad; pero la búsqueda de la Verdad y de la Belleza, menos estimulada por el aguijón de la vanidad individual, tiene un carácter menos urgente. A los humanos de la antigua raza, nuestro mundo les parece un paraíso. De hecho, a veces nos damos a nosostros mismos -de manera, eso sí, ligeramente humorística- ese nombre de 'dioses' que tanto les hizo soñar." (320).






 


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