A Oliver Sacks le han diagnosticado un cáncer terminal. No es que sea un crío, ni mucho menos, tiene 81 años, pero se han publicado unos comentarios a raiz de conocer su enfermedad irreversible que merecen tenerse en cuenta. Hay aceptación, hay agradecimiento por haber vivido, y hay deseos por terminar dignamente, no renunciando a la vida (a lo bueno y a lo malo) ni aun en el último momento. Es un neurólogo inglés bastante famoso, sobre todo por escribir sobre los diagnósticos de sus pacientes desde un punto de vista muy subjetivo siguiendo las vivencias de los mismos más que entrando a describir las patologías al detalle. Sin ir más lejos, escribió Despertares, que luego, como sabes, fue llevada al cine. Como ensayista ha tenido gran éxito.
Merece la pena prestar atención a sus palabras en The New York Times, que puedes leer en El Pais. En este artículo nombra una corta autobiografía del filósofo David Hume publicada en abril de 1776 titulada Mi propia vida, en la que el propio filósofo anunciaba, igualmente, que padecía una enfermedad incurable.
Lo he llamado
Despedida de la vida amenazando con seguir viviéndola, mientras en cuerpo aguante:
"Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura. (...) Me encuentro intensamente vivo y quiero y espero que el tiempo que me quede por vivir me permita profundizar en mis amistades, despedirme de aquellos a los que quiero, escribir más, viajar si tengo la fuerza suficiente, alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión. Esto incluirá audacia, claridad y hablar con franqueza; trataré de ajustar mis cuentas con el mundo. Pero también tendré tiempo para divertirme (incluso para hacer alguna estupidez). (...) No puedo decir que no tenga miedo. Pero mi sentimiento predominante es el de la gratitud. He amado y he sido amado; he dado mucho y [se] me han dado bastantes cosas; he leído, viajado y escrito."
Además, en una entrevista también para El País, en 1996 y con motivo de la publicación de una de sus más famosas obras, Un antropólogo en Marte, declaró:
"Para mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad. Todos los casos que expongo en este libro han descubierto una vida positiva que surgía tras una enfermedad. El pintor que tras perder la visión del color no desea recuperarla. El ciego de nacimiento que recobra la vista hacia la mitad de su vida y no puede soportarlo. La mujer autista que encuentra en el autismo una parte de su identidad... Pero no quiero parecer sentimental ante la enfermedad. No estoy diciendo que haya que ser ciego, autista o padecer el síndrome de Tourette, en absoluto, pero en cada caso una identidad positiva ha surgido tras algo calamitoso. A veces, la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente. (...) Creo que hay que estudiar la enfermedad con la sensibilidad de un novelista y tener siempre en cuenta la relación de cada enfermo con su enfermedad y con el resto de gente."
Esta obra se compone de siete relatos (o casos clínicos) sobre otras tantas enfermedades neurológicas con un denominador común: no tenían cura, en aquel momento al menos, entendida ésta como erradicación completa de la dolencia.
Creo que lo verdaderamente interesante es lo que he resaltado en cursiva.
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