Efectivamente, uno de los efectos de la Globalización, que ya no es sólo económica, sino que lo es social y, también, cultural, ha sido alejar los centros de producción de los lugares de consumo masivo. Así, y tras una especialización máxima, nadie parece participar en los procesos productivos de aquello que se consume, de tal manera que si todo aquel que trabaja en actividades terciarias en el mundo desarrollado tuviera que fabricar, por la eventualidad que fuera, aquello que necesita de manera más perentoria para su supervivencia, probablemente tendría que decirse: "pues sí, apenas si sé hacer la o con un canuto (el sistema y mi dejadez me han llevado a este estado cuasi abúlico y torpón), así que mucho menos sé cultivar un tomate y una lechuga con los que hacerme una humilde ensalada y saciar mi hambre".
Algunos ya adivinaron esta situación antes de que el capitalismo globalizador alcanzara las cotas del presente, segundo decenio del siglo XXI. Por ejemplo, el escritor francés Michel Houellebecq, quien escribía en 1998:
"-No sirvo para nada -dijo Bruno con resignación-. Soy incapaz hasta de criar cerdos. no tengo ni idea de cómo se hacen las salchichas, los tenedores o los teléfonos portátiles. Soy incapaz de producir cualquiera de los objetos que me rodean, los que uso o los que me como; ni siquiera soy capaz de entender su proceso de producción. Si la industria se bloqueara, si desaparecieran los ingenieros y los ténicos especializados, yo sería incapaz de volver a poner en marcha una sola rueda. Estoy fuera del complejo económico-industrial, y ni siquiera podría asegurar mi propia supervivencia: no sabría alimentarme, vestirme o protegerme de la intemperie; mis competencias técnicas son ligeramente inferiores a las del hombre de Neardenthal. Dependo por completo de la sociedad que me rodea, pero yo soy para ella poco menos que inútil; todo lo que sé hacer es producir dudosos comentarios sobre objetos culturales anticuados. Sin embargo gano un sueldo, incluso un buen sueldo, muy superior a la media. La mayor parte de la gente que me rodea está en el mismo caso. En el fondo, la única persona útil que conozco es mi hermano.
-¿Qué ha hecho de extraordinario?
Bruno lo pensó; le dio unas cuantas vueltas al queso en el plato en busca de una respuesta que pudiera impresionarla.
-Ha creado vacas nuevas. Bueno, es un ejemplo, pero sé que sus trabajos han permitido el nacimiento de vacas genéticamente modificadas, con una producción de leche mejorada y una calidad nutritiva superior. Ha cambiado el mundo. Yo no he hecho nada, no he creado nada; no le he aportado al mundo absolutamente nada."
Los dos protagonistas principales de esta novela, Bruno y Michel son hermanastros. Bruno es profesor de Literatura, mientras que Michel es investigador en Bioquímica. La frustración de un Bruno ya cuarentón es patente. Si lo pensáramos, si nos paráramos un segundo para reflexionar, la mayoría de nosotros no podríanos sino sentirnos así: unos verdaderos inútiles.
La cuestión que plantea el autor es interesante y creo que efectivamente, en la sociedad de hoy en día, casi ninguno sabríamos producir por nosotros mismos nada de lo que consumimos / utilizamos. Pero por otro lado creo que esto no es tan raro, si tenemos en cuenta que al ser cada vez más gente, es lógico que cada vez estemos más especializados. Y también lo es que la mayoría de la gente no hará nada que pueda cambiar el mundo, en el sentido que quizás quiere decir el texto, simplemente porque somos demasiada gente a influir / cambiar. El impacto individual de cada uno de nosotros podría decirse que se ha diluido, en el impulso colectivo de un mundo más globalizado y más poblado.
ResponderEliminarApreciado alumno:
EliminarGracias por tu intervención en esta entrada del blog.
Me interesa la frase siguiente: "El impacto individual de cada uno de nosotros podría decirse que se ha diluido, en el impulso colectivo de un mundo más globalizado y más poblado." ¿Conoces ejemplos concretos del día a día en los que podamos percibir esa, digamos, pérdida de la individualidad. Te estaría agradecido si pudieras ponerlos; además, estaría bien que te identificaras, si te parece.
Interesante entrada para reflexionar un poco sobre el nivel económico, social y cultural en el que vivimos. Se habla de que procesos tan simples, como cultivar un tomate o una lechuga, o criar un cerdo, nos resultan "misiones imposibles", ya que no poseemos el conocimiento necesario para llevarlos a cabo.
ResponderEliminarPienso que este aspecto, a nosotros, no nos pudiera resultar demasiado complejo, ya que vivimos en una zona en la que todavía se puede apreciar la actividad en los sectores primarios (agricultura, ganadería o pesca). Pero imaginemos en grandes ciudades, como Madrid, Londres, Nueva York, ..., donde estas actividades ni siquiera existirán. Allí, donde prima la actividad en el sector terciario, sería imposible poder cultivar una cebolla u ordeñar una vaca, ya que, simplemente, la cultura económica y social de esas urbes hace que no sepan desarrollar estas actividades tan básicas.
Hace años, escuché un comentario que, más o menos, decía lo siguiente: un grupo de chicos (8 o 9 años) de una gran ciudad (pongamos Madrid) se fueron de excursión a una granja escuela (lejos de la ciudad, en medio del campo). Al bajar del autobús, uno de los chavales preguntó que cómo se llamaba un determinado animal que vio cerca. Le dijeron que era un pollo y se quedó muy extrañado, ya que dijo que él siempre los había visto en una vitrina en la parte de la carnicería de las grandes superficies y que allí no tenían plumas.
En definitiva, pienso que la sociedad en la que vivimos nos hace, como dice el artículo, "seres inútiles", pero también está en nuestra mano el intentar que esto no se así.
Apreciado alumno:
ResponderEliminarGracias por tu intervención en esta entrada del blog.
Verdaderamente, deberíamos dar gracias por vivir en un lugar donde, hoy, aún podemos plantearnos una cierta vinculación al campo, a lo rural. En las grandes ciudades esto es más difícil, si bien algunos han visto ahí la posibilidad de hacer negocio; me estoy refiriendo a los huertos urbanos, dentro de lo que podríamos denominar intersticios del capitalismo moderno.
También yo he escuchado alguna anécdota sobre los madrileños y el pollo; no sé si es realidad o leyenda urbana, pero parece ser que en un colegio pidieron a los alumnos que dibujaran un pollo y lo hicieron, efectivamente, lo dibujaron, pero servido en bandeja, patas arriba y recién sacado del horno.